martes

El cartonero.


 

 

 

 

         Caminaba lento, empujando un carro de supermercado cargado con cartones, botellas y trapos. Cubierto en pleno enero, con lo que había sido un sobretodo militar y debajo varios sweaters deshilachados como el ruedo de sus pantalones.

Pedro, el cartonero, era el personaje  del barrio, como las palmeras de la plaza o la casa abandonada del que había sido el intendente y al que habían dado muerte y nunca se supo quién.

Algunos vecinos le preparaban bandejas con comida y le regalaban ropa que nunca usaba, la guardaba, según decía, para ciertas ocasiones importantes.

Aferraba en su mano izquierda una cadena fina que arrastraba por el suelo y cuyo último eslabón terminaba en una lata vacía de duraznos. Pedro caminaba y cadena y chapa, esparcían un sonido molesto por las calles tranquilas del barrio. Cuando algún vecino se quejaba del ruido, la levantaba y la llevaba apretada contra su pecho. ¿Cuál era el sentido de esa lata, compañera importante de sus recorridos por las calles?

Pedro era parte del paisaje y de tanto verlo a  ninguno le llamaba la atención su lata con cadena, consideraban que era otra de sus rarezas de viejo loco.

Una tarde que cruzaba la Avenida, más lento que de costumbre, un colectivo evitó arrollarlo y aplastó la lata de duraznos, que quedó convertida en un montoncito de  chatarra sin forma. Al verla, el grito de Pedro fue un alarido que le desgarró el pecho y que se alzó sobre las casas, agitó las palmeras y  detuvo el tiempo en ese instante. Corrí hacía él pensando que estaba herido, lo encontré sentado en el cordón de la vereda, abrazando  su lata de durazno ya  sin forma.

—¿Qué tenés Pedro, por qué lloras si no te pasó nada…?

—El Chicho, mi perrito, lo mató el colectivo.

Lloraba desconsolado mientras abrazaba lo que quedaba de su lata de duraznos vacía.


Reeditado.

lunes

Confesión.



 


 


 

Hay en mí una necesidad de decir algo que durante ocho meses me ha dejado y me tiene sin ganas de escribir.

Todos pasamos por momentos difíciles, pero hoy me siento como  si un boxeador me hubiera dado puñetazos uno tras otro.

He tenido que recurrir a una psicóloga por primera vez en mi vida y ha sido ella quien me ha aconsejado que escriba y desahogue en el teclado mis sentimientos.

Desde hace ochos meses mi vida cambió totalmente, en agosto falleció mi esposo, compañero, amigo, amante, un ser único, una enfermedad sin solución lo arrancó de mi vida en solo sesenta días.

En octubre un accidente tonto como puede ser la caída de una escalera me llevó a una operación bastante seria y luego vino la recuperación que duró cinco meses.

Hoy camino con bastón,  dice mi traumatólogo que es por el momento hasta que adquiera seguridad para andar, pero aquí estoy, sin ganas de escribir y aprendiendo a aceptar que la vida es un soplo que tenemos que vivir y disfrutar mientras se pueda.

Debo aprender a salir  adelante, mirar el presente, pero no logro que mi memoria olvide los buenos momentos y extrañe mi vida anterior, nuestras tardes en Pilar, los pájaros, el aroma de los pinos y la paz entre mate y mate mientras escuchábamos a Pavarotti y a Bocelli, todo eso paso a ser un recuerdo que no va a volver.

Espero no haber sido molesta con mis recuerdos, pero la mayoría de ustedes me siguen desde hace años y son para mí, amigos a los que no conozco personalmente, pero aprecio de verdad.

Un abrazo para todos de esta aprendiz de escritora que los quiere y respeta.

María Rosa.


martes

El espejo.


 

EL ESPEJO

 

Según Clarita, me estaba regalando una joya, yo no lo dudaba, el tema era dónde colocar semejante espejo con pie. Mi departamento es pequeño y en el living apenas caben dos sillones y una mesa ratona.

Luego de correr muebles y una vez acomodado en una esquina, el efecto del espejo, resultó agradable, era antiguo y se notaba su finura. El calor y el trabajo me agotaron, las piernas ya no me respondían, así que me acomodé en un sillón y me dispuse a contemplar mi obra concluida. Me gustó. Mi ensueño comenzó a volar: ¿Cuántas personas se habrán reflejado en su luna perfecta?

El espejo era francés— dijo Clarita— y tenía más de cien años. Jóvenes, ancianos, niños, damas elegantes, cada cual, con la moda del momento, habían desfilado frente a él.

¿Serían todos de una misma familia o habría sido vendido muchas veces….? Quién sabe cuál fue su historia, que seguramente fue buena, eso pensé, al verlo tan bien cuidado a pesar de sus años, hoy me pertenecía, sería parte de mi vida.

De pronto apareció una mujer, joven elegante, estaba preparada para una fiesta, su vestido negro le sentaba de maravillas y en la cintura, lucía una gran camelia blanca con una cinta roja.

—¿Qué te parece?—me preguntó mientras volteaba de un lado a otro, haciendo volar su amplia falda.

—Hermosa —dije, estremecida por la sorpresa. Ella se dejó llevar por una música imaginaria que solo ella escuchaba y siguió girando, llevándose por delante los sillones y la pequeña mesa.

Otra mujer emergió del cristal, rubia y envuelta en un traje sastre tan elegante como ella, sorprendida por mi presencia, preguntó:

—¿Dónde estoy?

—En mi casa. ¿Y usted quién es?

—Soy Amelia, estoy perdida…

Miraba hacía todos lados, buscando algo que no hallaba, y daba vueltas por el living. Yo no daba crédito a mis ojos, me acerqué a la ventana corrí las cortinas dejando que  entrara el sol y que me aclarará un poco las ideas, las hojas del ficus brillaban extrañamente iluminadas por la luz solar; la rubia seguía curioseando y la otra bailaba, mientras que yo las miraba sin entender que sucedía, habían invadido mi casa dos desconocidas.

—Usted salió de mi espejo —dije a la rubia, ella giró a mirarlo y respondió:

—¡Es mi espejo!

La del vestido negro se acercó y exclamó casi vociferando:

—Están equivocadas, es mío, me lo regaló mi marido el día que cumplí treinta años.

Comenzaron a discutir a los gritos, me retire a un costado dejando que aclararan sus ideas, estaban furiosas, llegaron a tirarse del pelo como dos vulgares matronas callejeras, hasta que fastidiada, alcé la voz, las amenacé con un  plumero y les dije:

—Váyanse, no quiero escucharlas más.

Y señalando el espejo, las miré con toda la furia de la que soy capaz, asustadas, desaparecieron por la enorme luna de plata. Tras el ventanal, y ante mi sorpresa, se desató  un viento encrespado que retorcía el ficus a su antojo, agotada y confundida, me dejé caer en el sillón, de pronto apareció Clarita y exclamó:

—¡Qué bonito quedó el espejo!

Le relaté lo sucedido, sus ojos se agrandaban ante mi relato, de pronto, no pudo contener la risa y dijo:

—Lo soñaste, estabas cansada o tomaste mucho vino con el almuerzo; fue un sueño.

Al fin me convencí, no encontré otra explicación, sólo un sueño, que me llevó a convertir en realidad, lo que había estado pensando.

—Vamos a tomar un café, que te va a hacer bien, estás pálida —dijo Clarita— yo lo preparo.

Mientras hablaba acariciaba entre sus manos una camelia blanca con una cinta roja.

—¿De dónde sacaste eso? —pregunté, mi pecho comenzó a latir locamente.

—No sé, la encontré sobre la mesita ratona…

 

 


Cuento reeditado.




 

miércoles

El museo

 

EL MUSEO. Cuento.

El problema del museo no era su vejez, era el abandono en que lo había sumido la desidia de sus últimos directores y la poca colaboración municipal.

Mi trabajo no era agradable, ni para mí, ni para los que me recibían en esa tarde de invierno; fría y con anuncio de lluvia. El cielo era una capa oscura, que por momentos se estremecía con el zigzag de luces que dejaban entrever las nubes anunciando el trueno cercano.

En la Municipalidad el único que me atendió con una sonrisa fue el intendente, de los empleados recibí miradas extrañas que no supe definir.

Y allí estaba yo, con una orden de la gobernación,

para evaluar qué convenía, si restaurar el edificio o tirarlo abajo. Sus obras pictóricas estaban resguardadas en un depósito del municipio y sus empleados luchaban por no perder el trabajo, ya se había producido un grave accidente  y nadie quería que se repitiera.  Al salir de la oficina del intendente, la secretaria me acompañó hasta el ascensor y al despedirse me dijo:

—Usted tiene mi celular, cualquier problema me llama, recuerde que mi nombre es Carla y por favor, no vaya sola al museo.

El elevador cerró sus puertas y quedé  sorprendida y sin  entender el sentido de sus últimas palabras.

Salí a la calle y todavía me duraba el estremecimiento. ¿Qué me había querido decir? Llegué al museo  bajo una lluvia fina que dificultaba la visión, y un viento que me helaba el cuerpo, a pesar de mi abrigo. Al entrar, un señor  se acercó, me presenté y expliqué el motivo de mi visita.

—Ya me avisaron —dijo sin saludarme y su cara demostraba el fastidio que mi presencia le causaba. ¿Qué le sucedía a la gente de este pueblo?

El hombre tomó una linterna que colgaba de la pared y me dijo con muy poca amabilidad:

—Adelante señora, yo la voy a acompañar, soy el encargado del museo desde hace treinta años. Me llamo Miguel Ramírez, observe bien, ya hubo un derrumbe, fíjese dónde pone los pies…

Miguel caminaba  sin volverse,  pude observar que cojeaba de la pierna derecha. Me fue mostrando los diferentes recintos, con palabras parcas me explicaba que en todos los salones había problemas  por falta de mantenimiento. En una de las salas encontré el derrumbe  de una  pared interna, habían apuntalado el techo  con maderas; pero se apreciaba lo precario del trabajo, en cualquier momento volvería a repetirse un nuevo accidente. Tomé fotos desde todos los ángulos, el estado actual era muy peligroso.

—¿Cuánto hace de esta situación? 

—Años —dijo con voz áspera— .Pregúntele a los intendentes, por qué sucedió esto… Agregó sin volverse a mirarme.

En los siguientes salones encontré que la lluvia entraba por los vidrios rotos y por el desnivel del suelo que era más bajo que el patio. Todo era una calamidad. Miguel no respondía a mis preguntas, sólo se movía de un lado a otro mirándome con ojos torvos.

—Miguel, yo no tengo la culpa de lo que  sucede en el museo, el lugar está mal desde su inicio y peor  mantenido, es un peligro para usted y para los visitantes, vamos a tener que tirarlo abajo.

De pronto, se volvió y me preguntó:

—¿Por qué cree que estoy rengo?

No respondí.

—Por culpa de esa pared que se vino abajo y me cayó encima, me pasé seis meses en el hospital. Acá trabajaba mucha gente, hasta ahora están cobrando su sueldo; pero  si cierran el museo… ¿qué van a hacer?

—La municipalidad tiene la obligación de darles ocupación en otras aéreas— le dije.

—Qué clase de arquitecta estúpida es usted que se cree semejante cosa, nadie se hace cargo de nada, acá acomodan sólo a los amigos — y, mientras se alejaba, lo escuché murmurar algo que no entendí.

Estaba indignada, de pronto una madera salida no sé de dónde cayó sobre mi hombro  y otra me golpeó en el tobillo; el dolor fue terrible, no  podía contener las lágrimas. Traté de llegar a la salida buscando el camino menos peligroso  y  soportando a duras penas el malestar de mi pie. Miguel había desaparecido, al salir me detuve en la mesa de entrada y lo llamé:

—Miguel… Miguel…

Ninguna respuesta. Intenté retirarme y hallé la puerta cerrada con llave. La rabia del momento hacía que mi cuerpo temblara, no sé si de frío o indignación. Busqué el celular y llamé a Carla.  Media hora después llegó la secretaria del intendente, abrió y, con gesto burlón, me dijo:

—Le avisé que no viniera sola…

—Todavía no entiendo qué me quiso decir —respondí con fastidio.

—Acá hubo un derrumbe hace años y desde entonces nadie entra, por eso las obras están inconclusas. ¿Qué le pasó? —Preguntó al ver el barro en mi abrigo.

—Una tabla me cayó encima y otra sobre el tobillo.

—La sacó barata, vamos, salgamos de aquí, este lugar me pone nerviosa —exclamó la mujer y, mientras caminábamos rumbo a la municipalidad, me dijo:

—Deben tirar abajo ese museo, está maldito.

Me sorprendió que hablara de esa forma.

—No entiendo qué quiere decir, fue una casualidad que la madera cayera sobre mí, la lluvia debe haber aflojado los apuntalamientos y la caída fue imprevista, si recorrí el museo acompañada por el encargado y nada sucedió. Luego él desapareció y me dejó encerrada.

—¿Qué encargado…?

—Miguel.

Me agarró del brazo  y apuró su andar

—No corra, no puedo caminar a su ritmo —le dije.

Guardó silencio hasta que llegamos a la municipalidad, le comenté que llevaba las fotos para que un equipo de arquitectos evaluara qué se iba a hacer con el edificio.

—Por favor, que lo destruyan, hace dos años hubo un derrumbe, murieron seis personas que trabajaban en el apuntalamiento, uno de ellos fue Miguel, el encargado. Tendrán que buscar otro lugar para construir el nuevo museo.

Creo que mis ojos deben haber sido dos enormes monedas abiertas por el asombro, nuevamente un escalofrío bajó por mi espalda y no encontré palabras para responder. Ella  viendo mi cara me dijo:

—Vamos a mi oficina.

Me preparó un café, que agradecí, lo necesitaba; ella intentaba explicarme algo, daba vueltas. Comprendí que no encontraba las palabras, era tan loco lo que estaba pasando, que ni ella ni yo lo entendíamos...

—Hace años que trabajo en esta municipalidad, he sido  secretaria de los dos últimos intendentes, y desde hace años escuché a los viejos vecinos  hablar sobre los misterios del museo, investigué la historia del lugar; allí existió en el siglo XVIII un camposanto. Al crecer el pueblo no quedaba bien  un cementerio en pleno centro, lo trasladaron al cementerio del Norte. El  predio quedó vacío varios años, luego construyeron  una Iglesia… que se vino abajo, la renovaron y tiempo  después y sin explicación lógica hubo otro derrumbe.

—¿De dónde sacó esos datos? —pregunté.

—Se olvida que trabajo en la municipalidad, en los archivos está toda la vida de este pueblo —prosiguió—.La leyenda popular decía que no se habían sacado todos los cuerpos y que esa tierra estaba  maldita —hizo silencio— en 1940 levantaron el museo y hace unos años  se repitió el caso. ¿Entiende ahora por qué deben echar abajo ese edificio…?

No supe qué responder.

La saludé y me fui con el corazón dolorido por semejante explicación. Salí a la calle estremecida de temores que me obligaban a mirar hacia  todos lados; desconfiaba de cada persona que pasaba a mi lado y me preguntaba: ¿Cómo voy a explicar a los arquitectos  semejante historia de muertos y  derrumbes y con qué cara les digo que un fantasma me acompañó a recorrer el museo.…?

 

 

 

 

 

 

 Cuento reeditado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


martes

El ex.


 

Llegó como cada tarde, sonriente, le pidió algo de tomar y se sentó en el sillón del living.

Cuando ella le entregó el café, la miro a los ojos y con tristeza, casi con lastima, le habló con toda naturalidad, de que el matrimonio de ellos ya era una rutina insoportable, le dijo que ya no la amaba, que otra mujer había despertado en él una gran pasión, que era joven, risueña y hermosa, era una de sus alumnas en la clase de ciencias políticas.

Quedó muda, después de veinte años de vida en común, sus palabras fueron una navaja helada penetrando en su carne, quedo de pie, se sintió flotar en una nube oscura que le quitaba el aire. Él terminó su café, se levantó del sillón y girando en el salón como una calesita, dijo:

-Quiero que dejes la casa  y te mudes al departamento de Congreso, tiene2 ambientes, y para vos  va a estar bien.  

Salió de la nube, respiro hondo y sus ojos  se convirtieron en puñales sobre él, se aferró a la mesa para no caerse, todo giraba a su alrededor.

-Perdón-respondió- esta casa es mía, la compré antes de conocerte y me pertenece, quien debe irse sos vos y te recuerdo que  el departamento de Congreso es propiedad de tu madre, no se te ocurrirá sacarla de allí.

La cara de él, se fue poniendo casi verde, se acercó a ella y suavizando la voz que minutos antes había sonado altanera, le dijo:

-Esta casa está cerca de mi trabajo y yo con mi sueldo de profesor no puedo darme el lujo de alquilar en el centro.

Ella sonrió irónicamente.

- Es tu problema -respondió- Esta es mi casa y de acá no me muevo.

El verde de la cara de él, ya era rojo furia, dio media vuelta y salió dando un portazo.

Quedó de pie aferrada a la mesa,  sus rodillas apenas la sostenían,  No quería llorar, pero era imposible controlarse, luego de un rato, tomó su celular, llamó al banco y tratando de dominar su emoción dijo:

-Hola Gutiérrez, habla la señora Marconi, por favor, desde este minuto, cierre las extensiones de mis tarjetas a nombre de mi esposo, luego le explicaré los motivos, gracias.

Cortó el llamado, una garra pareció cerrarse en su garganta, volvieron a su memoria el día que se conocieron, el romance, los sueños  juntos y los años vividos, se repuso, contuvo el llanto y, exclamo hablando sola:

-Mi querido se acabaron las ayudas monetarias, que tu nuevo amor;  joven y bonita te mantenga de hoy en adelante.

Llamó a su abogado, le explicó la situación tratando de contener el llanto.

Guardó el celular.

Y a partir de allí largó el llanto.




Un pueblo, allá lejos.



 

 

La rutina de ir a la plaza, sentarme a escribir o dibujar se había convertido en una necesidad.

Yo había llegado a ese pueblo en busca de paz y en plena recuperación después de un accidente que me tuvo dos meses en cama y que recién después de cuatro meses me permitió caminar normalmente.

Los médicos dijeron; descanso en un lugar tranquilo.

Una de mis amigas, Clarisa,  me ofreció su casa en un pueblito perdido de la provincia de Buenos Aires.

“Es un pueblo misterioso, pero mayor tranquilidad que allí —me dijo— es imposible”.

El lugar era pintoresco, no tenía más de seis manzanas, una plaza, la Iglesia, la municipalidad y el río cercano. Solía recorrer sus calles, todo me resultaba interesante, en especial una casa que debió ser casi un palacio, extraño en un simple pueblo perdido en la Pampa y que se veía destruida, seguramente un incendio.

 

Me encantaba el lugar, su plaza arbolada, silenciosa y solo alborotada por las tardes, por un grupo de niños, algunos con sus patinetas, otros simplemente  disfrutaban de los juegos.

Algunas veces se acercaba una anciana, comenzamos hablando del tiempo y nos fuimos haciendo amigas, se llamaba Lucia, se sentaba a mi lado y me contaba historias del pueblo, a veces mientras la escuchaba, dibujaba parte del paisaje, era una mujercita encantadora, una abuelita de cuento de Disney, muy prolija en su vestir y con el cabello blanco y muy corto.

Luego al llegar a la casa me sentaba ante mi notbook y escribía parte de las historias que había escuchado.

Los días transcurrían lentos y sin mayores problemas.

Una tarde se acerco una niña, tendría unos diez años, quería ver mis dibujos, le gustaron y me pidió que le hiciera un retrato. “No es mi fuerte, le dije, solo dibujo paisajes”

Insistió y al fin me convenció, se sentó frente a mí y quedó quieta por más de una hora. Lucia observaba el movimiento  de mi mano sin decir palabra.

Atardecía, deseaba volver a mi casa y le dije a la niña que volviera al día siguiente, me faltaban detalles en el retrato.

Extrañamente la niña no volvió, la esperé  durante días, hasta que cansada seguí con mi rutina de dibujar paisajes y escribir.

 

Días después y para mi alegría, mi amiga Clarisa llegó de visita.  Recorríamos juntas el pueblo, en especial el sendero que bordeaba el  río, hasta que llegamos al caserón destruido hacía más de treinta años.

Clarisa relató con pesar el drama que fue para ella y los habitantes ver las llamas consumir la casa, era la más linda  y en ella vivía el único doctor del pueblo, que había fallecido con su hija en el siniestro.

“La hija del doctor tenía mi edad, éramos muy amigas e íbamos juntas a la escuela.” Comentó Clarisa con pesar.

Luego de unos días ella regresó a  la ciudad y retomé mi rutina de ir a la plaza. Lucia y la niña, no regresaron, así que pasaba la tarde sola contemplando el ir y venir de los niños. Pregunté a varios de ellos si sabían donde vivía la señora que se sentaba a mi lado por las tardes, la respuesta de todos era; “no sabemos”

Pasado varias semanas regresé a mi casa en la capital y lentamente retomé mi trabajo en la revista semanal en la que trabajaba, las historias de Lucia me sirvieron para dar impulso a mi imaginación, fui escribiendo nuevos cuentos y logré que interesaran a los lectores.

 

Fue en ese tiempo en que sucedió el motivo de mi relato. Llegó Clarisa de visita, yo me encontraba con mis dibujos esparcidos sobre la mesa, los fue mirando y al ver el retrato de aquella niña que se  me acercó una tarde, tomó la hoja, pareció emocionarse, cambió el color de su cara mientras me decía; “Es Maruja, la hija del doctor Agüero”. Yo no entendía nada, le expliqué que la pequeña había llegado a pedirme el dibujo, es para regalarle a una amiga, me había dicho, pero nunca regreso a buscarlo.

“Maruja falleció en el incendio de su casa” exclamó llorando. Yo no sabía que decir, estaba turbada, no podía entender que había sucedido. “Seguramente es alguien que se le parece”. Dije tratando de consolarla. “El vestido, el vestido de marinerita era el que más le gustaba y es el que dibujaste.”

Clarisa conmovida aún, se fue llevándose el dibujo.

Yo seguía sin entender, al fin, me dije, la niña había dicho que era para regalar a su amiga, se cumplió su deseo.

Pero Lucia… ¡quién habrá sido? También desapareció de la plaza y nadie me supo dar noticias de ella… es más, los niños respondieron cuando les pregunté por la señora que se sentaba a mi lado por las tardes: “Usted siempre estaba dibujando, pero sola…

 

 

 (La realidad de este cuento es que verdaderamente sufrí un accidente y estuve cuatro meses, de octubre a febrero entre la cama y la silla de ruedas, sin poder caminar y en ese interin nació esta historia, no en la plaza de un pueblo sino en mi casa recuperandome. Hoy eso paso, fue un tiempo de meditar y escribir.)

María Rosa.

lunes

¿Qué recordás de tu niñez?


 

 

 

¿Qué recordás de tu niñez?

 

La pregunta flotó en el aire y me dejó pensando. Los ojos de mi nieta  me miraban esperando una respuesta y en su candor fui rememorando momentos  que creía olvidados.

Al volver atrás, llegaron en tropel esos años tan felices, una casa en las afueras de Buenos Aires en un pueblo que era casi campo, calles de tierra, el guardapolvo almidonado, la escuela, aquel primer poema aprendido de memoria con apenas siete años y recitado frente a todos los padres, se celebraba el cumpleaños de la patria, el 25 de mayo, y a partir de ese día fui la figurita repetida que recitaba los poemas en las fiestas escolares.

Los conejos y las mariposas. tardes al sol jugando en un tiempo sin apuro y sin dramas, pocas amigas, Carmencita y  Rosa, no había muchas chicas en el barrio.

Con Carmencita aprendí a jugar al ajedrez, era buena en eso y siempre me ganaba. Íbamos al mismo grado, yo era mala en matemáticas y ella me pasaba las cuentas y el resultado de los problemas  y yo en agradecimiento le escribía las redacciones o las oraciones de sujeto y predicado que a ella le costaba realizar. La amistad con Rosita fue diferente, competíamos por todo, tal vez porque teníamos el mismo nombre y nos enfrentábamos a cuál era la más linda. Ella era rubia y muy bonita y yo no era tan bonita, pero más simpática, eso me creía, cuando la encontré después de veinte años seguía siendo la misma belleza con años, pero fiel a su estilo.

Con Carmencita no había competencia, éramos amigas de verdad, nuestras casas estaban pegadas y cuando alguna estaba en penitencia y no podía salir, conversábamos  a través de la pared medianera.

¿Qué pasó después?

Los estudios, el trabajo, los noviazgos, las mudanzas nos fueron separando, a Carmencita se fue del barrio, la busqué muchas veces y nada supe de ella.

La niñez dejó recuerdos, tiempo de  mermeladas caseras y buñuelos de manzana con pasas de uva. Tiempo de escuchar música de rock  por la radio y bailar y cantar creyendo que el patio era un escenario iluminado por las estrellas. Tiempo de hablar con la luna y llorar sin saber porque.

Tiempo que se llevó el tiempo, pero vive en un rincón de la memoria o tal vez haya un mundo o un país donde los años vividos se renuevan y siguen pedaleando en una bicicleta imaginaria, esa que los reyes magos nunca me pudieron traer.



El cartonero.

                  Caminaba lento, empujando un carro de supermercado cargado con cartones, botellas y trapos. Cubierto en pleno enero,...